Una
desaparición anunciada
o
No dejes para mañana lo que puedas empezar a
hacer hoy
[Este
breve diálogo didáctico es sólo un ejercicio de imaginación sobre un tiempo, un
lugar, una situación y unos personajes imaginarios que podrían finalmente ser
reales,si no se remedia a tiempo. Su único objetivo es sensibilizar a los
lectores sobre un tema preocupante]
La acción transcurre en verano, en la plazuela
de un pueblo cualquiera del centro sur de España, en el año 2025. En el
decorado, frente al espectador, se distingue la pared de una casa, toda desconchada, y
delante, las aceras carcomidas por el tiempo y la desidia, y con hierbajos que parecen
escalar hasta el tejado. Al lado derecho se abre
una calle, también delimitada por una pequeña casa cuyo tejado está ya desvencijado
desde hace tiempo. Al lado izquierdo, se ve la esquina y parte de otra casa de pueblo con patio ajardinado,
dentro del cual el protagonismo se lo lleva un arbolito de unos dos metros, ya
completamente seco. Delante de la casa con el jardín hay un banco hecho con un tablón de
madera que se asienta sobre dos bloques de cemento.
Sentados en el banco hay un hombre y
una mujer con ropa de colores claros,
veraniega. Él lleva en la mano una
máquina de fotos. Cogida entre sus manos, tien en una foto. Miran la foto y miran al
arbolillo, y miran también alrededor, hacia los dos lados, intentando situarse.
Personajes:
PEPI: señora de unos 60 años, mujer de Fidel.
FIDEL: marido de Pepi.
ISIDORO: señor mayor, de unos 80 años, padre de Manolo.
MANOLO: hombre de unos 60 años, hijo de Isidoro.
Duración aprox. para representación: 30 min.
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PEPI:
Uff, qué ganas tenía de sentarme, después de la caminata que nos hemos dado. Y el calor que hace aquí…
FIDEL.- Anda, pero si es aquí. Mira, la
foto está clara. Tu madre, la casa con el jardín, aquella esquina… Y el árbol.
PEPI.- Que está completamente seco. Pero
ahora que recuerdo, este árbol no puede ser aquel. Creo que era una acacia inmensa,
con sombra para 10 o 12 personas. Y había un columpio en una de sus ramas. Casi
ocupaba todo el jardín…, si es que se le podía llamar jardín.
FIDEL.- Pues peor aún. Yo pensaba que
después de tantos años, sería más grande. A este no merece la pena ni echarle
una foto.
PEPI.- ¡Qué pesado con tus fotos! Antes
tu afición era fotografiar fuentes, puertas, rejas y casas solariegas. Fotos muy
bien hechas, la verdad. No
te lo discuto. Pero desde hace un año te ha dado por retratar árboles y postes
de electricidad. Cuando se te mete una manía en la cabeza…
FIDEL.- Es que ver en el baúl esta
foto de tu madre… Yo no sabia que tenía esa foto.
Debíamos haber venido antes, al fin y
al cabo aquí fue donde tú naciste.
PEPI.- Mira, para tu colección, saca
una foto de esa puerta vieja, o de aquella jícara sin cables. O de aquella
fuente que está seca, igual que el árbol. Aunque a mi no creo que me guste
mucho verlas luego.
FIDEL.- Pero, vamos a ver, Pepi. Ahora
que venimos decididos, con máquina de fotos, con vídeo en el coche…, con todo
el equipo... te veo sin ilusión.¡ Mujer, que es tu pueblo! Y tu pueblo es, o
debería ser, como tu segunda madre.
PEPI.- Más que madre, di madrastra.
FIDEL.- No digas tonterías, anda.
PEPI.- Una madre no te deja ir. Y esta
tierra no nos retuvo dándonos oportunidades. Tuvimos que marcharnos para poder
vivir.
FIDEL.- Una madre, una madrastra… Es
una forma de hablar. Es como hablar de la madre patria. Las patrias y los
pueblos las hacemos las personas. Nosotros mismos con nuestro trabajo, con
nuestras iniciativas. Nadie más.
PEPI.- Eso es, nosotros mismos. Y así
nos fue. En los años 60 empezaron a irse los primeros, cuando aquí más que
vivir apenas se sobrevivía, entre ellos mi tío Mariano. Más tarde fueron
desfilando otros, a Madrid, a Barcelona, a Vitoria… No hubo nadie que hiciera
algo por las mujeres y los hombres de este pueblo, para que no tuviéramos que
irnos. Nos condenaron a dejarlo todo y a emigrar. ¡Qué pena!
FIDEL.- ¿Y qué podían haber hecho en
aquellos tiempos?
PEPI.- ¡Yo qué sé! Es verdad que
estábamos muy aislados, apenas había una furgoneta que pudiera llevar a la
gente fuera de aquí, y que por cierto mi tío fue uno de los que la utilizaron
cuando se fue a Francia. El gobierno de entonces hacía muy poco caso a las
zonas rurales. Y la tierra apenas daba para malvivir. Y además, casi nadie de este
pueblo ha querido o podido nunca invertir aquí, la verdad.
FIDEL.-
Pero aquellos eran otros tiempos, y todo el país estaba más o menos igual de mal. Luego los tiempos mejoraron con la democracia y la
gente fue saliendo
adelante, aunque con mucho esfuerzo y
sacrificio, eso sí.
PEPI.- Qué años más desperdiciados. Me
arrebataron mi pueblo, tuve que irme a la fuerza, y encima ahora lo veo así,
dejado de la mano de Dios, y de los hombres.
FIDEL.- Pepi, cariño, tranquilízate. Yo
también soy emigrante como tu, pero el pasado, pasado está. Venga, anímate,
mujer. Al fin y al cabo, incluso así, sigue siendo tu pueblo ¿no?
PEPI.- De mi pueblo solo quedan
zarzas, yerbajos y casas abandonadas. ¿Es que no lo ves?
FIDEL.- No digas eso.
PEPI.- Como si lo hubiera inundado un
pantano. Por no haber, ya no hay ni perros. Ni siquiera hay cobertura para llamar
a nuestros hijos.
FIDEL.-
Pues, mira, te equivocas. Al menos hay uno. Se le oye ladrar.
PEPI.-
Menudo consuelo. A saber de dónde saldrá. Estará lleno de pulgas y garrapatas.
FIDEL.- Donde hay un perro hay un amo.
Un perro siempre busca compañía. Mira, por allí viene un señor.
[Se
oye una voz mandando callar al perro. El
perro se calla un momento.
Luego
un hombre mayor aparece en escena. Se ayuda de una garrota y va
fumando
un cigarrillo]
HOMBRE.-
[Mirando para atrás,
porque el perro ha vuelto a ladrar]. ¡Cállate, Silvestre! [El animal entonces le hace
caso y se calla. El vejete llega a unos pasos de la pareja]. Buenos días. ¿Qué les trae por aquí?
FIDEL.- Pues, mire, señor. Que venimos
de visita y…
PEPI.- [Le interrumpe Pepi] Usted
no me conoce. Pero yo a usted creo que sí. Usted debe ser Isidoro, el amigo de
mi tío Mariano; hablaba a menudo de Ud. Incluso me enseño una foto de los dos
haciendo la mili en Zaragoza.
ISIDORO.- Sí, señora. Isidoro soy. Y
de los últimos de Filipinas, como quien dice. Resistiendo por aquí. Y bien que
me dolió saber que Mariano había muerto, pero es ley de vida. ¿Y con quién
tengo el gusto de hablar?
PEPI.- Yo me fui a Francia cuando
tenía 13 años, y no había vuelto nunca aquí ¿Usted no se acordará de María la
sastra, mi madre, que no era sastra, pero que cosía la ropa, y con eso
tirábamos como podíamos?
ISIDORO.- Claro que me acuerdo. ¡No me
voy a acordar! Soy la memoria de este pueblo. Y tengo aquí [Señala
su cabeza] registraos a tos sus
habitantes. Y si no me engaño, si dices que era tu madre, ¡tú debes ser su hija,
la Pepi!
FIDEL.-Y yo soy su marido.
ISIDORO.-
¡Vaya con la Pepi!
No se habrá pegao veces ni ná con los muchachos de su edad…
FIDEL.-
¿Que los pegaba?
ISIDORO.- Sí, hombre. Porque ellos la
llamaban “Pepina” cuando la querían hacer de rabiar. Menuda era, ¡tenía un
genio¡
PEPI.- ¿Y qué tal está Ud.? ¿Y su
señora?
ISIDORO.- La Luisa murió hace tres años.
Tenía ya muchos achaques. Y yo ya con 80 años, ¿cómo quieres que ande? Pos no
mu bien.
PEPI.- ¿Y vive usted solo por aquí?
ISIDORO.- Pos casi. El que se va a
quedar solo es mi hijo, que andará por ahí, y que no sé ni cómo ha aguantao en
este pueblo, el pobre.
FIDEL.- Oiga, ¿y la gente dónde está? Hemos
dado una vuelta al pueblo y no hemos visto un alma hasta ahora, aparte de usted.
ISIDORO.- Cuando me casé, allá por el año
65 -porque entonces la gente se casaba con veinte años o menos, sabe usté.- seriamos
unos 250 vecinos, veinticinco años después no habría mucho mas de 100, y por el dos mil y
pico no creo que pasáramos de 60, y la mayoría ya bastante viejos. Y ahora, ya sólo
semos cuatro gatos. Mejor dicho, seis, y el Silvestre, que ya está tan mayor
como yo.
PEPI.- Ya, ya…. ¿Y cómo ha aguantado
usted aquí, con su edad? ¿No tiene hijos?
ISIDORO.-. Aquí ande me ves pues… no
me manejo mal del tó. Saco algo de miel de unas cuantas colmenas pa gente de fuera,
me las pagan bien. Y cazamos algo cuando necesitamos carne. Por aquí hay mucho
guarro y mucho conejo, siempre cae alguno en los lazos. Y algún pez cae también
de vez en cuando con el trasmallo. Además, está la pensión … y lo que saca el
Manolo de las cabrillas y de algún trabajo que le sale por ahí.
FIDEL.- ¿Dónde anda su hijo, pues?
ISIDORO.-Vaya usté a saber, lo mismo
anda cazando. Hay días que no nos vemos, así no discutimos. Menos mal que
todavía tenemos la tele.
PEPI.- Oiga, ¿y qué pasó para que la gente no se quedara?
A principios de siglo, con el dinero de la Unión Europea muchas regiones y
pueblos prosperaron, y todavía España, igual que Francia –donde nosotros
vivimos todavía- y otros países, sigue siendo uno de los países más
desarrollados y ricos de Europa, y del
mundo, inclusive.
ISIDORO.- De eso hay mucho que hablar.
Aquí no hubo gente que tirara p’alante. Y a las pocas que hubo no les hicieron
mucho caso, la verdad.
Siempre se tomaban las cosas de lao. Otro gallo nos cantara
si se hubiese hecho caso de las voces de alarma que dieron algunos…
FIDEL.- ¿Voces de alarma?
ISIDORO.- Sí, hombre. De eso a lo
mejor su mujer sabe algo.
PEPI.- No crea. Hemos tenido pocas
noticias del pueblo. Cuente usted, cuente.
ISIDORO.- ¿Mi opinión?... ¿De verdad
t’interesa?... Por cierto, ¿cómo dices que te llamas?
FIDEL.- Me llamo Fidel. Y soy de
padres andaluces, pero criado en Francia.
ISIDORO.- No te preguntaba de dónde
eres, pero se agradece. ¿No tendrás un
cigarro? [Fidel saca uno de la cajetilla y se lo da]. Pues verás. M’acuerdo que hace unos veinte años, más
o menos, hubo unos cuantos que animaban
a todos a hacer algo p’al desarrollo de la zona ésta de nuestro pueblo. Hubo cuantas
reuniones y bastantes discusiones, por
cierto. Parecía gente con voluntad y con ideas, aunque en este pueblo siempre
ha habío mucho recelo pa tó.
FIDEL.- ¿Y eso de las voces de alarma?
ISIDORO.- M’acuerdo que decían que si
no poníamos tos de nuestra parte, si no hacíamos algo rápido el pueblo se iba
al guano en pocos años. ¡Y vaya si tenían razón, a la vista de cómo nos vemos
hoy!
PEPI.- ¡Que es lo que hay que hacer
siempre en estos casos! ¡Entre todos!
ISIDORO.- Ahí l’has dao. Había que
conseguir que la gente se quedara en el pueblo, ayudándoles con las casas si
era preciso; y si había que traer gente de fuera, pues se traía como ya habían
hecho otros pueblos y parece que les había io bien. Y hacer una residencia de
mayores. Y traer empresas para que hubiera trabajo y vinieran familias a quedarse
en el pueblo, y que volvieran las personas marchás del lugar, como ustés.
PEPI.- Pues eso parecía que era lo
suyo ¿no?
ISIDORO.- Y m’acuerdo que hablaban del
Parque Nacional ese, el de los buitres y las cigüeñas, del que también hay término de este pueblo. Querían que se
hicieran casas rurales de esas que hay en casi tos estos contornos, y que los
turistas vinieran a ver los buitres, los venaos, a pescar y cazar, a montar a
caballo, a andar por estos alcornocales,
y así crear puestos de trabajo pa los del pueblo también, que falta
hacía pa que se asentara la gente aquí. Y querían hacer como un museo minero en
una antigua mina que hay por allí [Señala con la garrota], que a lo visto
hay alguno de esos en otras provincias y hay muchos turistas que los ven y dan
trabajo y basante dinero. Y hablaban de que se unieran to los pueblos de estos
contornos para atraer más turistas y trabajo pa tos ellos, porque entonces no
había malas comunicaciones por esta parte.
¡Ah! Y hablaban también de reunir las
cosas antiguas de estos pueblos y hacer un museo con ellas, que eso gusta mucho
también a los turistas.
PEPI.- ¡Vaya lástima!
ISIDORO.- Pos sí, y otras muchas cosas
de las que ya no m’acuerdo bien. ¡Con lo que les gustan los animales a los
turistas; y anda que no hay por aquí!
PEPI.- ¿Y qué animales eran esos, Isidoro?
ISIDORO.- ¡Pos los mismos que ahora,
más o menos!...Venaos, buitres leonaos, jabalines, cigüeñas, corzos… Los que el
hijo y yo cazamos sin poblemas. Eso es lo único bueno que hemos sacao con irse
toa la gente: que cazamos lo que queremos, cuando queremos y ande queremos. Lo
malo es que estamos casi solos. A veces vienen algunos que tienen casas aquí, pero
cada vez menos; y en invierno estamos más solos que la una.
FIDEL.- Oiga, y ¿todo eso lo pensaron
hacer gente de aquí?
ISIDORO.- Claro que sí, ya le he dicho
antes que eran hijos del pueblo, aunque muchos no vivieran en él. Pero verá usté,
Fidel. Yo, y otros como yo, jóvenes y viejos, nos quedamos embobaos. Aquello
era una cosa mu gorda que no entendíamos bien, y que no nos creíamos que se
hiciera sin interés ninguno.
PEPI.- ¿Y qué pasó? ¿Por qué no se
pusieron en práctica esas iniciativas?
ISIDORO.- Pues no sé, qué quiere que
le diga. Yo lo que recuerdo es que la gente se dedicó a criticar por criticar,
mucha gente desconfiaba, se ve que debíamos d’estal mu a gusto como estábamos.
Y mira ahora cómo nos vemos, sin remedio ninguno. Unos pocos quisieron ayudar
pero no era bastante, esa era una labor de tol pueblo, no de cuatro… Una pena
mu grande. Si pudiéramos volver p’atrás… Pero ya no hay tiempo. ¡Las cosas hay
que hacerlas cuando hay que hacerlas; si no se hacen, luego vienen las
lamentaciones y ya no hay remedio!
PEPI.- Y ahora estamos aquí lamentándonos
como en un entierro. Un pueblo sin gente que viva en él ya no es pueblo; se
queda como un lugar para fantasmas.
FIDEL.- ¿Y quién gobierna el pueblo
ahora?
ISIDORO.- ¡Pos quien lo va a gobernar! El alcalde es del pueblo d’al lao. Ese mismo
por el que habrán pasao ustés pa llegar aquí, que ya tiene más de 300 vecinos, sin
contarnos a nosotros seis. Pos ahora dependemos d’él pa to, cosa que nadie
quería, pero a ver, los cuatro gatos que somos …
ISIDORO.- ¡Hombre, por fin se te ve el
pelo!... [Dirigiéndose a Pepi y a Fidel] Es mi hijo. Mirar
cómo viene. ¿No lo reconoces, Pepi?...
[Aparece
por la izquierda un hombre de sobre unos 60 años. Tiene algo de
barba
y viene vestido con ropas viejas de caza. En el hombro trae una escopeta
abierta,
y en una mano dos conejos. Le cubre la cabeza una gorra verde]
MANOLO.- Buenas días, padre. Y
compañía.
ISIDORO.- Qué pasa, hombre. ¿Es que no
conoces la visita?
MANOLO.- Pues no, yo a este señor no
lo visto en la vida.
ISIDORO.- Lo digo por ella, criatura.
MANOLO.- Mucho gusto, señora.
ISIDORO.- ¿Pero no la conoces, hombre?
¡Es Pepi, Pepina!... ¡La que se fue con su madre a Francia cuando tenía unos
doce o trece años!
MANOLO.- [Tras mirar de nuevo a
la mujer, con cierta timidez].
Ah, sí, ahora caigo. ¿Cómo está usted?
PEPI.- Hola, Manolo. Estoy bien,
gracias. ¿Y qué tal tú?
MANOLO.- Bueno, tirandillo.
ISIDORO.- [Dirigiéndose a Fidel] Fueron novietes de muchachos, ¿sabe usté?... Y se
querían mucho. Bueno, como hermanos, no vaya usté a pensar... A lo mejor
s’habrían arreglao, pero como su madre y ella se fueron p’al extranjero
buscando futuro…
[SE HACE UN BREVE SILENCIO]
MANOLO.- ¿Y cómo por aquí?
PEPI.- Pues nada. Que murió mi madre
hace unos meses y empezamos mi marido y yo a revolver sus baúles, y salió una
foto de nuestra casa y el patio con la acacia. Y decidimos venir, a ver cómo
seguía esto después de tanto tiempo. Esta que tengo aquí, mírala [Se
la enseña]. ¿Te
acuerdas tú del árbol?
MANOLO.- Cómo no me voy a acordar. ¡Pos
no hemos jugao veces ni ná en el recimijón que había!
FIDEL.- Pues de él ya no queda ni el
tocón.
PEPI.- Hemos ido al cementerio a ver
la tumba de mis abuelos y estaba todo lleno de zarzas y yerbajos. No hemos
encontrado nada, y encima me he pinchado en un brazo, apartando unas zarzas. La
verdad es que el pueblo y los alrededores está todo muy abandonado. ¡Todavía no me puedo
creer que haya llegado a esto!
ISIDORO.- Pos anda que nosotros,
¿verdad Manolo?
MANOLO.- Como en un desierto. Nadie
hizo caso de la alarma que dieron
algunos hará ya unos veinte años …
PEPI.- Sí, ya nos ha contado algo tu
padre.
MANOLO.- … Había un montón de cosas que
hacer, es verdad. Y se podían hacer. Eso sí, había que echarle ganas, y
generosidad, y ilusión. Y además, entonces había dinero todavía pa empezar a
hacer algo. Pero t’ol mundo se quedó parao, y a los que querían tirar p’alante no
se les apoyó lo suficiente, más bien algunos hicieron lo contrario, otros se
resignaron ¡Qué ceguera la nuestra!
PEPI.- Hemos visto al pasar como una
especie de piscina, abandonada y llena de yerbajos, como todo, ¿hace mucho que no
se usa?
MANOLO.- Pues hará unos ocho o diez
años. Cuando dejó de llegar el dinero de la Central Nuclear, esa que
cerraron también por ese tiempo, y se fue muriendo o yéndose la gente mayor, y
claro los familiares de Madrid o de otros sitios ya venían cada vez menos. Ya
antes se había cerrao el bar que había, porque la familia que lo explotaba no
sacaba pa vivir, y se fueron. Las carreteras se han ido llenando de baches que
nadie se preocupa de arreglar. El abandono más total.
FIDEL.- Oye, Manolo. Se lo he
preguntado a tu padre. Pero, según tú, ¿cómo hubiera podido evitarse esto?
MANOLO.- Yo no lo sé. A lo mejor teníamos
que haber estao más uníos, haberlo intentao por lo menos, aunque se sabía que
no iba a ser fácil.
ISIDORO.- ¡Menos mal que el médico por
lo menos no está lejos! Eso sí, casi
siempre hay que ir al pueblo d’al lao, que tiene dos. Claro que nosotros nos
apañamos ¿verás Manolo?
PEPI.- Pero, incluso en este estado,
el entorno del pueblo es muy bonito, con esas sierras, esos arroyos, esos
alcornocales, los pájaros… A los turistas les gusta mucho eso.
MANOLO.- Algunos vienen, pero con las
carreteras como están de baches, y sin
un sitio donde beberse un refresco... Y nadie mete en el Interné ese ni una
mala foto del pueblo. Así que ¡quien se va a enterar que existimos! Y ahora el
pueblo está como está: con las fincas abandonás, sin gente, con las malas hierbas
que van a llegar cualquier día de estos hasta el tejao de la torre. Y las casas vacías…
FIDEL.- ¡Otro pueblo español fuera del
mapa!
ISIDORO.- Si hubiera habío gente, como
la hay en casi tós estos contornos a lo mejor hasta
éste se hubiera casao, porque siempre ha sío mu cortao.
MANOLO.- Y cuando se muera mi padre,
por ley de vida, ¿qué me queda que hacer a mi aquí, yo solo, en este pueblo abandonao?
O me vuelvo loco o me pego un tiro.
[La última frase la
dice quebrándosele la voz].
FIDEL.- Hombre, no te pongas así.
Venga, poneos los tres ahí, que os saco una foto para enseñársela a nuestros
hijos.
PEPI.- Sí. ¡Menudo recuerdo les voy a
llevar! Yo que venía pensando que esto era un paraíso… ¡Qué desilusión! Venga, Fidel,
despídete de estos señores y vámonos ahora mismo, antes de que me eche a
llorar.
[Van
saliendo de escena, diciendo adiós a Isidoro y Manolo con la mano, que les
miran, tristes, alejarse]. FIN
Idea: Tomás Melo
Texto: Jesús Camacho, con la colaboración
de Tomás Melo
Toledo, Agosto 2007
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