«El 65 por ciento de los habitantes de mi pueblo -argumenta
el alcalde- tiene más de 65 años, lo que significa que si no nacen bebés ni
vienen nuevos residentes, en unas décadas no habrá vecinos, y sin vecinos no
hay pueblo».
Diario Hoy. 30.09.12
ANTONIO ARMERO
Los foráneos que se asientan en
la región valoran el entorno y se preocupan por mantener las tradiciones
antiguas más que los paisanos, según concluyó la UEx
Neorrurales y retornados, gente
harta de la ciudad, se perfilan como el remedio para el gran problema de la
Extremadura rural: la despoblación
En 16 años, Pescueza no registró
ni un nacimiento; desde 2007 ha habido cuatro, y en enero llegará el quinto, la
hija de una pareja de neorrurales
E l día que nació la sobrina de
Vicente, en Pescueza (186 vecinos, a un cuarto de hora en coche de Coria) se
armó un jaleo que aún se recuerda. El pueblo salió en los periódicos, en las
radios y en las teles. Aquel bebé, ahora una niña de cuatro años, fue la mejor
noticia en mucho tiempo. Lara, la hija de Juan Francisco y Almudena, nació el
23 de noviembre de 2007, y aunque en rigor vino al mundo en el hospital de
Coria, la sobrina del alcalde fue saludada con tanta algarabía porque era el
primer nacimiento en Pescueza desde el 25 de julio de 1991.
En cierto modo, la llegada de
aquella criatura supuso para el pueblo un punto de inflexión. En los últimos
cinco años, Pescueza ha obrado el milagro que andan buscando en casi todos los
pueblos: que el padrón municipal tenga más altas que bajas. Más aún: tras 17
años sin nacimientos, en los últimos cinco ha habido tres, más una adopción. Y
si todo va bien, en enero llegará el quinto bebé en cinco años.
Será la hija de María Encinas y
Ricardo Sáez, dos neorrurales, o sea, gente de ciudad que decide romper con su
modo de vida urbanita e irse a un pueblo. En el caso de María y Ricardo, se
trata de dos neorrurales de manual. Ella, bióloga en el Jardín Botánico de
Madrid y exprofesora de Zoología y Botánica en la Universidad Europea; él,
administrativo, jefe de producción en una factoría que trabajaba para Nokia, y
durante unos años responsable de la materia para todos los centros de El Corte
Inglés. Tras un par de años dándole vueltas a la idea, decidieron dar el paso,
buscaron un pueblo al que irse a vivir y en el que montar un negocio y acabaron
en el norte de Cáceres. Gestionan el albergue municipal y desarrollan en él
actividades de ocio alternativo y formación en la naturaleza a través de su
empresa, a la que en un guiño a Extremadura bautizaron como 'En las nubex'. Se
han integrado tan bien que tienen claro que la niña se criará en Pescueza, un
pueblo que ha recuperado la imagen añeja de los chiquillos corriendo por la
plaza.
Una de las que han devuelto la
vida al municipio es la hija de Vicente Gómez, educador social y alcalde
socialista desde poco después de abandonar el sacerdocio. Además de un
valiente, él es un retornado, o sea, alguien que nació en el pueblo o con
familiares del pueblo, y que decide volver tras varios años viviendo fuera. En
su caso, se fue con 14 años y regresó con 30. «Estoy convencidísimo -sentencia
Vicente- de que el neorruralismo es la única salida posible para evitar el
despoblamiento rural». «El 65 por ciento de los habitantes de mi pueblo
-argumenta el alcalde- tiene más de 65 años, lo que significa que si no nacen
bebés ni vienen nuevos residentes, en unas décadas no habrá vecinos, y sin
vecinos no hay pueblo».
La reflexión, un silogismo casi
tan evidente como que dos y dos son cuatro, quizás la firmaría el sociólogo
José Antonio Pérez Rubio, exdecano de la Facultad de Estudios Empresariales y
Turismo de la Universidad de Extremadura (UEx) y coordinador junto a José Luis
Gurría de 'Neorrurales en Extremadura', editado por la Junta de Extremadura y
la UEx en el año 2010. «El neorruralismo -explica- empezó en varias comunidades
autónomas españolas en los años sesenta y setenta, con el antecedente de las
comunas hippies, pero a Extremadura llegó a finales de los noventa y principios
del siglo XX». Hoy es una realidad, un fenómeno incipiente pero al que no
conviene perder de vista. Hay neorrurales en toda la región, aunque
fundamentalmente en las comarcas del norte. Sólo en Gata y Villuercas, comarcas
en las que se centró el estudio que coordinaron Pérez Rubio y Gurría, hay
bailarinas de danza, pintores, artistas, periodistas freelance como Paul
Richardson -que escribe para la revista 'Traveler', de Condé Nast- y muchos
'cuellos blancos', término que emplea el estudio para referirse a ejecutivos y
empresarios.
La calidad de vida
Por encima de sus profesiones
anteriores o actuales, de su procedencia o incluso del lugar concreto que
eligieron para su nueva vida, hay un concepto que les iguala, un motivo al que
se agarraron como justificación para el cambio. Se llama calidad de vida.
«Todos los neorrurales -apunta Pérez Rubio- buscan un atractivo paisajístico,
todos tienen una motivación medioambiental, y entre las cosas que les atraen
está ser alguien y no un número, como son en la ciudad». Ricardo Sáez, que lo
está viviendo en primera persona, lo resume en una frase. «Es que aquí vivimos,
somos dueños de nuestro tiempo», dice. «¿Qué me falta aquí que sí tengo en
Madrid?», se pregunta en voz alta. Y se responde: «Nada». «Aquí, además, tengo
al lado el campo, que es una pasada», añade.
Este concepto del tener o no
tener, del tiempo, de la calidad de vida, se comprende bien al escuchar a Mari
Luz Solano, nacida en un espigón del barrio de la Barceloneta, en Barcelona,
donde vivió hasta los 43 años. Hace once se volvió a Coria para cuidar a su
padre enfermo. Y se quedó. «Todavía hoy -cuenta-, mi madre, con ochenta años,
alucina cuando decimos 'Vamos al terreno', y montamos en el coche y a los dos
minutos hemos llegado». En Barcelona, eso significaba una hora de viaje el
viernes y dos horas a la vuelta, el domingo, acompañados por el martilleante
paisaje de una interminable hilera de coches medio parados.
Mari Luz fue la primera de las
tres hermanas Solano en volver al sitio de sus raíces. «Mi hija pequeña se vino
conmigo -relata-, y en Barcelona siguen mis otros tres hijos, a los que voy a
ver dos veces al año, porque ellos vienen a Coria cada vez que pueden». El cambio
de vida supuso perder su trabajo como gercocultora, y ahora está formándose en
distintas disciplinas para aumentar sus posibilidades de salir del paro. A la
pregunta de si volvería a vivir en Barcelona tarda medio segundo en responder.
«Me gusta mucho la ciudad, cada vez que voy me emociono, pero no volvería allí
a vivir para nada; aquí soy feliz».
Dos años después que ella hizo
las maletas su hermana Raquel, que responde bien al prototipo de retornada. «Me
viene después de pensarlo y pensarlo, y creo que al final, la razón fue que
echaba de menos Coria», cuenta la mujer, que regenta una peluquería, en la que
mientras pudo empleó a su hermana Mari Luz. «Puedes vivir en Barcelona
-reflexiona Raquel- y sentir que la vida que llevas es como si estuvieras en un
sitio más pequeño, en un barrio; puedes ir con los niños al parque, pero el
parque es pequeño, y aquí mi hijo de doce años se recorre el pueblo entero él
solo». Las dos tienen claro que han ganado en calidad de vida, y mencionan a
Mercedes, la otra hermana, como la primera que intentó convencerlas para hacer
lo que al final hicieron las tres: vivir en el pueblo de los padres, el sitio
de los veraneos.
Sus casos ejemplifican un
fenómeno difícil de cuantificar a partir de las estadísticas oficiales. Ha conseguido
aproximarse a ello Juan Francisco Caro, periodista, experto en emigración
extremeña - trabajó en la Secretaría Técnica de Extremeños en el Mundo-, autor
del blog extredato (alojado en hoy.es), y que conserva una estupenda
recopilación de estadísticas relacionados con la región. Él ha tratado datos
del INE (Instituto Nacional de Estadística) y del IEEX (Instituto de
Estadística de Extremadura) y ha concluido que en el periodo 2001-2009, el 18,7
por ciento de los retornados extremeños se asentó en poblaciones de entre 2.000
y 5.000 habitantes; el 13,3 por ciento en localidades de menos de mil vecinos,
el 12,9 en las de mil a dos mil empadronados, y el 12,5 en poblaciones de cinco
mil a diez mil residentes. En definitiva, 57 de cada 100 retornados extremeños
eligieron para su nueva vida un pueblo con menos de diez mil vecinos.
Caro también ha obtenido otro
dato: entre el 45 y el 50 por ciento de quienes llegan a Extremadura sin haber
nacido en ella eligen poblaciones con menos de diez mil habitantes. Las cifras
dejan claro, por tanto, que neorrurales y retornados constituyen un fenómeno
especialmente relevante para el ámbito rural.
El pasado mes de agosto, Antonio
Pérez Díez, profesor de Geografía en la UEx, explicaba en HOY que al contrario
de lo que sucede en las ciudades, en el ámbito rural el saldo migratorio -la
diferencia entre los que se van y los que vienen- sigue siendo positivo, aunque
de manera muy débil. «Los jóvenes de ahora -reflexiona el sociólogo José
Antonio Pérez Rubio- valoran más que las generaciones anteriores la idea de
ganar menos dinero pero vivir mejor, y a medida que se ha ido profundizando en
la explotación de la mano de obra, incluso en una cierta autoexplotación en el
caso de algunos trabajos, se valora más la realización personal, la calidad de
vida».
«La ciudad tiene un ritmo que yo
no puedo seguir, y sin embargo, en el pueblo el ritmo lo marco yo», cuenta uno
de los retornados que figuran entre los testimonios recopilados en 'Neorrurales
de Extremadura'. «Al niño -dice otro-, tú no le digas que vaya a Francia otra
vez. Él por lo menos no, aquí tiene una libertad que nunca tuvo antes y que
jamás tuvo en Francia, nunca». Otro más asegura que nota que los amigos de
Madrid que van a verle llegan «acelerados, y cuando se van están más
tranquilos, vienen porque quieren liberar estrés». Entre estos testimonios,
recogidos en entrevistas individuales y charlas en grupo con nuevos vecinos de
Gata y Villuercas, hay uno que resume gran parte de la cuestión. «La calidad
del aire, la calidad del agua, el trato con la gente, su cercanía (.) Para mí
eso es calidad de vida. No es calidad de vida tener unos grandes almacenes a
cincuenta metros (.) Puedes llamarlo nivel de vida, pero no calidad».
Reflexiones que ayudan a trazar
la radiografía de los neorrurales, el grupo que junto a los retornados, empieza
a perfilarse como un posible remedio al mayor de los males que padecen las
zonas rurales: la despoblación. Una esperanza sustentada por gente
mayoritariamente de entre 36 y 45 años, más de la mitad de ellos con estudios
universitarios y con un bagaje laboral amplio, según el perfil trazado en
'Neorrurales en Extremadura'.
Gente de ciudad que se ha hartado
de la ciudad. Y que en los pueblos está más cerca de la felicidad. Lo recuerdan
bien los neorrurales de Pescueza. «El primer día que llegamos al pueblo, la
gente nos trató tan bien que pensábamos que en algún sitio había una cámara
oculta», recuerda María Encinas, embarazadísima de su primera hija. Si todo va
bien, nacerá en enero. Y ese día, Pescueza habrá vuelto a obrar el milagro del
padrón municipal: ya no serán 186, sino 187.
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